54.    En nuestra Comunidad Misión-Juventud pueden darse todos los estados y situaciones de vida en los miembros que, en el se­guimiento de jesús, quieren dar en ella su respuesta personal y unívoca.

55.     La vocación al celibato la estimamos como un don del Padre a la Comunidad y camino querido por Jesús de amor gratuito, universal, libre, afectivamente concreto y cercano.

Los célibes, desde nuestra disponibilidad, estamos llamados a ser significativos de Dios como absoluto para el hombre. Desde esta experiencia, progresivamente adquirida, es desde donde favorecemos la vida común y la misión en cercanía de los jóvenes.

56.    La pareja somos un don querido por Dios para la configuración del amor en el mundo, en una donación recíproca donde cada uno desarrolla lo mejor de sí mismo y favorece el crecimiento del otro.

Juntos vamos alcanzando un progresivo desarrollo afectivo, que se va purificando de todo afán de posesión, hacia una gra­tuidad que fructifica en la familia, la Comunidad, la sociedad y el servicio a los jóvenes.

Es el amor de pareja un lugar privilegiado del diálogo personal con Dios, que adquiere su máxima expresión en el Sacramento M Matrimonio dado por Jesús a su Iglesia.

57.    Los jóvenes en la Comunidad, al vivir nuestra fe, estamos llama­dos a mantener viva la utopía del Evangelio, compartiendo con los hermanos y en comunicación directa con los demás jóve­nes, la fuerza vital de transformar el mundo desde Jesús de Na­zaret, aportando nuestras propias características.

Al mismo tiempo recibimos el apoyo comunitario para que en nuestro proceso de maduración podamos, libremente, realizar las opciones fundamentales de nuestra vida.

58.    Los miembros solteros encontramos en este modo de se­guimiento de Jesús, espacio y horizonte, comunitariamente reconocidos, de donación de nosotros mismos en orden al desarrollo de nuestras vidas, de la Comunidad y de la mi­sión.

59.    La Comunidad está abierta y valora el acento contemplativo en la vida de aquellos miembros a los que el Señor nos pueda sus­citar a tal estado de presencia en Misión-Juventud.

60.    Por una nueva llamada del Señor, algunos miembros convoca­dos al ministerio del Sacerdocio nos ponemos al servicio de la Palabra, de los Sacramentos y de la animación de la fe comuni­taria, en orden a ir alcanzando la madurez del Cuerpo de Cristo.

La común vocación de todos los hermanos queda así confir­mada en la Iglesia por la presencia sacerdotal; y también el cre­cimiento en la fe de aquellos jóvenes relacionados con la Co­munidad y sus tareas.

61.    Estos diversos estados y situaciones de vida tienen su ritmo propio dentro de la Comunidad y no pueden ser objeto de comparación entre sí, sino más bien de enriquecimiento mu­tuo; reconocidos y potenciándolos como caminos concretos del común encuentro con Dios.

62.    El tiempo de incorporación a la Comunidad es clave para toda la vivencia posterior de la misma. Los cauces para esta incorpo­ración tienen por objeto lograr el nivel de conciencia, discerni­miento y compromiso que permiten al que lo desea situarse como miembro y crecer en esta Comunidad, desarrollando de forma integral su personalidad creyente.

Las etapas y los criterios concretos de discernimiento para faci­litar lo anterior se encuentran en el Documento Anexo “Pro­ceso de incorporación”