Las realidades políticas

El carácter social de la persona y la creciente interdependencia entre todas las realidades humanas, incluso a nivel internacional, hacen que la política —como promoción del bien común— sea un acontecimiento imprescindible para el crecimiento de la comunidad humana.

El ordenamiento de la sociedad como servicio a las personas, el que cada uno pueda encontrar su puesto en ella, la promoción de la justicia y la libertad, el constante mejoramjento del modelo de sociedad, la aspiración a la unidad y la paz entre todos los hombres y, en suma, todo aquello que construye simultáneamente a la persona y a la sociedad, son aspectos que constituyen lo que llamamos realidades políticas.

Al servicio de todas las personas

Los intereses personales o grupales tienen todos, pues, como orien­tación el bien común, como «conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección».

Cuando los intereses de unos pocos o de determinados grupos se afirman sobre los de la mayoría, oprimen a las minorías, e incluso con­culcan la dignidad de una sola persona, se puede sospechar que la rea­lidad política que los sostiene es injusta, está viciada en alguna o en muchas de sus dimensiones. Precisamente porque la realidad del mal es tan fuerte, es fácil de caer en la explotación del hombre por el hombre, mientras que son escasos los que, contando con poder, aun legítimo, hacen buen uso de él como servicio a todos.

Dice el Concilio Vaticano II que para que la política pueda cumplir sus fines «se ha de proceder a una continua renovación de los espíritus y a profundas reformas en la sociedad”

Actitudes frente a la política

Las actitudes que queremos promover para que la política cumpla adecuadamente sus fines, son:

1.    En primer lugar, la participación, que supone superar el indivi­dualismo, la inhibición por la apatía.

La participación se puede dar a muy diversos niveles, según las características y situación de cada persona y lugar. Desde la im­prescindible información, la formación del propio criterio y el cumplimiento de los deberes democráticos, hasta la militancia política, existe una basta gama de modos de participar: la preocu­pación en las estructuras laborales, en la familia y sus conexiones con otras instituciones, el interés por las realidades más cercanas M entorno y de la vida cotidiana, por la defensa de los derechos humanos, por la participación en pequeños grupos de transfor­mación social, o en más amplios de partidos, sindicatos o institu­ciones.

2.    Como el cristiano no hace de ninguna realidad humana un abso­luto, por importante que aquélla sea, tiene también frente a la política una actitud crítica, no evasiva, sino tendente al constante perfeccionamiento de las estructuras humanas hacia el Reino de Dios, «Reino de la justicia, de la verdad, del amor y de la paz». Esta actitud puede tomar formas muy concretas en las condiciones de cada país y de cada comunidad, que cada uno personalmente descubrirá con la ayuda de la propia comunidad cristiana.

3.    Otra actitud ilumina desde el Evangelio la realidad política: La opción por el pueblo: «Bienaventurados los pobres; Bienaventu­rados los que eligen ser pobres

Si siempre habrá aquéllos que carezcan de lo más elemental, que se sientan despreciados y oprimidos, explotados por otros hom­bres, grupos o naciones, es como para que midamos desde ahí nuestra presencia en el mundo. La conciencia social iluminada desde la opción por los marginados de los bienes de la humanidad cambia de signo los comportamientos políticos.

El verdadero cambio social supone: una crítica permanente de los abusos del poder y de los privilegios, la denuncia de las faltas de solidaridad y de la injusta distribución de las riquezas, el acerca­tión, la elección de los más honrados, capacitados y justos, la superación de los particularismos, etc.

4. Finalmente, por la especial incidencia que en la época moderna puede tener la técnica en manos del poder público, queremos destacar el principio de que cada acto político debe ser para el servicio al pueblo y a cada uno de los ciudadanos, debe estar al servicio de la persona humana. Esto significa que debe favorecer su dignidad, su desarrollo y perfeccionamiento como tal persona y nunca tomarla como instrumento de quién-sabe-qué-intereses.

El bien de las personas es el fin de toda acción política.

Educar a las generaciones jóvenes

La crisis de nuestro tiempo exige ante todo un esfuerzo del hombre actual desde la esperanza. Las generaciones jóvenes ven cerrados los caminos de su acceso a la participación en la sociedad y defraudadas sus ilusiones de un mundo mejor.

Es, pues, un tiempo oportuno el nuestro para ofrecer las posibili­dades que, a pesar de todo, el hombre deja siempre abiertas en el de­sarrollo político. Pero eso no depende tanto de la ley cuanto de la con­ciencia; de ahí la importancia de una verdadera educación en la con­ciencia social y política de estas generaciones jóvenes.

Educación que creemos que —además de lo dicho— pasa hoy, dada la especial sensibilidad de los jóvenes, por: una educación para la paz; un sentido de la justicia; de la libertad y la solidaridad; la afirmación de la universalidad, del mundo sin fronteras desde el gusto por el barrio, la comunidad local, el propio país; la educación en el respeto a la vida y a la Naturaleza; y la profunda preocupación por la división del mundo en paises ricos y pobres.