PRESENTACION

«El tiempo de incorporación a la Comunidad es clave para toda la vivencia posterior de la misma. Los cauces para esta incorporación tienen por objeto lograr el nivel de conciencia, discerni­miento y compromiso que permiten al que lo desea situarse como miembro y crecer en esta Comunidad, desarrollando de forma integral su personalidad creyente.»

                                                                                                                     (Const. n.° 62)

 Nos damos cuenta de que la entrega al seguimiento de jesús comporta un crecimiento de conciencia que no es espontáneo, sino que más bien supone un progresivo desarrollo de concreción y expansión que pasa por lo que podemos llamar niveles sucesivos de conciencia.

 Esto nos lleva a considerar la incorporación de nuevos miem­bros a la Comunidad Misión-Juventud como un proceso que per­mite que la persona sepa dónde se encuentra en el camino hacia el objetivo común del «reconocimiento de que jesús de Nazaret es el núcleo de la existencia personal y comunitaria» (Const. n.° 30), y que al mismo tiempo le permite situarse en el conjunto de la Comuni­dad.

 En este proceso de incorporación constatamos unas etapas que llevan consigo unos criterios de discernimiento. Estas etapas son de suyo flexibles en cuanto a su duración y están en función de las dis­tintas situaciones vitales por las que puede atravesar el que desea formar parte de la Misión-juventud, como son, por ejemplo: edad, definición de su propia vocación, estado de vida, orientación de la profesión, obstáculos condicionantes serios en su proceso hacia su plena incorporación, etc.

 Consideramos que es necesario recorrer el camino que vamos a describir, ya que cada paso implica un nivel de conciencia especí­fico que deben reconocer el que lo solicita y la misma Comunidad.

 A los que queréis conocernos, os presentamos este trabajo, para el que no hemos recurrido a otras fuentes que a la lectura —que queda abierta— de lo que ha sido el proceso de integración de los miembros de la Misión-Juventud.

Al intentar acompañaron en el discernimiento de la llamada del Señor sobre todos, pedimos su gracia para que lo hagamos a partir de la experiencia vital de cada uno. (Cfr. Const, cap. III).

I. INICIACION A LA COMUNIDAD

Es una etapa corta (aproximadamente un año) fundamental­mente de información y conocimiento personal y comunitario, de encuentro y observación mutua.

El que se acerca hará, normalmente tras un Catecumenado y for­mación previa, declaración expresa de su intención de querer co­nocer la Comunidad y de dejarse conocer por ella. Aprovechando para ello un acto comunitario y preferible la Eucaristía.

Esa intención se desarrollará a lo largo de ese año con el inicio de compartir la vida comunitaria, revisión de vida en su grupo de inicia­ción, comienzo de una relación concreta con algunos miembros de la Comunidad y con jóvenes, vida de oración, etc.

II. CRECIMIENTO COMUNITARIO

Con la Comunidad, al cabo de este año, el miembro decide em­prender un proceso de liberación en el seguimiento de Jesús. Esta etapa es de especial importancia para lograr en ella el nivel de con­ciencia que permita al que se acerca discernir la llamada personal a esta Comunidad (Const nº 3, 4, 5, 54 y 62).

 Durante este período el miembro participará en la vida y misión comunitarias en la medida que él mismo en su libertad vaya descu­briendo. Así irá creciendo en su integración por el ritmo de oración personal y comunitaria y en particular por la Eucaristía; por la revi­sión de su vida en Comunidad; por la participación en la Misión en­tre los jóvenes (Const nº 40 y 44).

 Cada año, el miembro en etapa de crecimiento, normalmente con motivo de la fiesta comunitaria de Santa María de la Juventud, hará su «afirmación comunitaria» en la que expresará su momento en relación al compromiso y las dimensiones concretas de su res­puesta. Por ello, se atenderá a las necesidades que vaya planteando en un acompañamiento personalizado. Es una invitación a todos los miembros de la Comunidad a renovar constantemente su vocación y a compartirla (Const nº 29).

Esta etapa viene a tener una duración de tres años y en ella se trata, a la luz de las Constituciones, Credo y Líneas de Acción, de desarrollar las actitudes que van siendo fruto de la transformación a la que nos lleva el seguimiento de Jesús, tanto en el orden individual como comunitario.

En la larga experiencia del trayecto de esta Comunidad, nos da­mos cuenta de que la vivencia del Evangelio nos ha llevado a experi­mentar en la esperanza, un cambio de actitudes en los siguientes as­pectos que consideramos suficientemente concretos:

– Actitudes económicas y de pobreza y demás desarrolladas en el Credo de Misión-juventud.

– Actitudes frente a la familia: Relaciones familiares realizadas en una nueva calidad, en las que se rompan dependencias y permi­tan la libertad del miembro para crear la respuesta de una llamada.

Por ello es deseable un grado de convivencia en común, según las conveniencias de cada caso, donde experimentar de cerca este nuevo tipo de relación, fruto de la fe. Esto favorece y potencia acti­tudes liberadoras entre la gente joven, célibes, solteros y matrimo­nios.

– Actitudes de servicio que hacen posible la Comunidad en orden interno: El que quiere formar parte, debe ir creando en él la li­bertad que le permita la construcción de la Comunidad, sin rehuir los servicios comunes, por humildes que sean y trabajando en equipo, curándose de protagonismos.

Cada miembro debe despertar en él la inquietud de encontrar su puesto, su sitio en la Comunidad, que no es fruto del capricho ni la fantasía, sino de los dones recibidos para la común utilidad.

– Utilización del tiempo: Se ha de estar dispuesto a cambiar esquemas de utilización del tiempo en función de la respuesta a la llamada de Jesús en esta Comunidad, lo cual supone ir creando el propio proyecto personal de vida en el que se armonizan la actitud de acogida mutua, el ineludible cultivo personal y la participación en la Misión, liberando actitudes como la pereza, el individualismo, la evasión frente a otros miembros, etc.

– Disposición a la formación y al cultivo personal: La forma­ción de cada miembro es importante tanto por lo que conlleva de crecimiento personal como por la calidad de su presencia y servicio en la Comunidad y la Misión. Es por esto por lo que en muchas oca­siones irá en relación al servicio que se preste.

– Orientación del trabajo y la profesionalidad: Se trata de ar­monizar con todas las otras dimensiones de la persona, no ha­ciendo de ello un absoluto, aunque nuestra presencia en el mundo exija una actitud seria ante el trabajo. También el buscar la unidad entre los hombres exige separar la función social del trabajo de la ideología clasista que lo envuelve, de manera que la persona no quede identificada por su posición socioeconómica.

– Relación con los hermanos: Disposición a fiarse de los miembros que viven la Comunidad, mediante un progresivo cono­cimiento, relación y comunión.

III. COMPROMISO CON LA MISION-JUVENTUD

Una vez experimentadas con gozosa libertad las actitudes ante­riores, se ofrece la posibilidad del Compromiso con la Misión-Juventud como seguimiento de Jesús en esta Comunidad, que su­pone vivir en la conciencia de la propia entrega o consagración a Dios.

Con esta incorporación plena el miembro queda abierto a en­carnar en su vida la llamada y el plan de Dios sobre la Misión-Juven­tud en Cristo-Jesús, mediante la constante maduración de su Fe, la escucha atenta y la gratuidad.

Con la acogida en humildad y sencillez de los jóvenes y de los que se acercan se nos ofrece una nueva posibilidad de crecer y cambiar. La actitude de conversión es permanente y para todos