Concienciar su importancia

La antropología y la psicología afirman que los dos fenómenos más profundos del alma humana son el sexo y la muerte Ceros y tánatos): el hombre no alcanza su total madurez mientras no llega a afrontarlos y, de alguna manera, a integrarlos en su vida.

En la misma Biblia se sitúa la creación del hombre y de la mujer como culminación de la obra de Dios, e inmediatamente con la relación tipo, hombre-mujer, se anuncia la perturbación de las relaciones humanas, como queriéndonos indicar la profundidad y el misterio de esta relación.

Por lo dicho, consideramos importante concienciar nuestra expe­riencia y postura frente a la sexualidad.

Concepción de la sexualidad

Se entiende por sexualidad el carácter masculino y femenino que marca toda la personalidad de cada individuo desde el primer instante de su concepción y a través de todo el proceso de su vida.

La sexualidad afecta, pues, a toda la persona y en su comprensión influye el valor y significado que demos al cuerpo.

En la comprensión del cuerpo es importante distinguir entre genita­lidad, erotismo y sexualidad. Lo genital se refiere a la función de los ór­ganos para la reproducción y un cierto nivel de placer físico, y lo erótico, a nivel sensual, se refiere a la selección o preferencia individualizadora. Pero ambos no son más que aspectos a los que se abre la sexualidad como se abre a otros planos de la personalidad. Con razón se ha dicho que en el ser humano el principal órgano sexual es el cerebro.

La sexualidad humana abarca esa dimensión biológica, pero también la psicológica, la sociológica y la espiritual, en cuanto se relaciona ínti­mamente con la afectividad, la inserción del individuo en la sociedad y el progreso hacia la madurez. El modo de vivir la sexualidad tiene su eco en todas las esferas de la vida.

Y siendo el amor lo más importante en el proyecto salvador de Dios sobre la humanidad, como principio que inspira y desarrolla todas las relaciones humanas, la relación sexual queda orientada por este prin­cipio. La sexualidad puede ser un lugar de explotación, de mentira y de dominio, o de libertad para crecer en el amor; puede ser evasión de la soledad y fuente de placer egoísta, o dinamismo para una relación posi­tiva y de igualdad entre los sexos.

Amor y sexo

El amor implica relación, comunicación, interés, disponibilidad, ser­vicio al otro. La sexualidad no tiene sentido al margen de la comunica­ción interpersonal amorosa.

El liberalismo sexual absoluto, la sexualidad de consumo sin marco de relación, el recurso a las pseudo-soluciones de las técnicas sexua­les, etc., lleva a una sexualidad descomprometida, despersonalizada y cosificada, que se vive hoy mucho entre adolescentes y jóvenes como prueba de normalidad, de contestación, de conquista, moda o curio­sidad, o de simple liberación de tensiones, como si fuera una pura nece­sidad fisiológica. El placer sexual buscado fuera de un contexto relacional de amor, mutila el ser personal del otro tanto como el propio, al reducir a la per­sona a cosa u objeto de satisfacción física.

La relación sexual exige estabilidad, duración y, por eso, un compro­miso de relación, y la frecuencia de presencia física, una exclusividad mutua de la pareja en compromiso matrimonial. El placer sexual, unido o no a la procreación, significa entonces con frecuencia una valiosa aportación a la relación constructiva de la pareja: armonía, salud, equi­librio, fidelidad y realización, si deriva del encuentro de dos personas que se quieren.

Aplicación a diversos estados de vida

1. Adolescencia y juventud

El o la adolescente, son conscientes ya de su sexo, descubren la geni­talidad, la sensualidad y el erotismo, sin poder todavía integrarlos en el amor.

De ahí la importancia de este período de la vida para la educación en el amor y sexo, de manera que los fenómenos evolutivos de fantaseo y curiosidad, comprobación y compensación, excitación, ansiedad y agitación, y la coacción ambiental, no terminen en la pasividad por al­canzar la madurez afectiva, el estancamiento en el placer solitario, el rechazo a la integración en el amor con experiencias sin compromiso, o en el resentimiento ante el fracaso.

El joven alcanza la madurez cuando, saliendo de sí mismo, descubre al otro y a los demás como iguales a quienes amar.

2.    Las relaciones hombre-mujer

La naturalidad ya desde la coeducación en la relación chico-chica ha sido un avance educativo de nuestra época. Esto presenta nuevos pro­blemas, pero también nuevas posibilidades.

El primer problema surge porque, fomentando la sociedad de con­mo el individualismo, la incomunicación y la falta de profundidad de vida, desde muy temprana edad, los jóvenes buscan en la pareja lo que no les ofrece el ambiente, cuando todavía no están psicológicamente preparados para este amor de pareja.

El emparejamiento prematuro priva de unas relaciones más amplias en grupo o pandilla muy deseables para la mejor formación integral del adolescente.

Las relaciones sexuales prematrimoniales no son, en la mayor parte de los casos, una manifestación de un amor maduro. Por sí mismas no aseguran la continuidad y estabilidad que da el verdadero amor. La sin­ceridad consigo mismo, veracidad y transparencia con el otro, son la mejor garantía de acierto en la pareja.

La amistad, siempre difícil entre hombre y mujer por razón del sexo, es sin embargo una manifestación de lo que es el amor cuando se vive en la libertad que da la madurez.

3.    Matrimonio, celibato soltería Los dos grandes fines de la sexualidad en el matrimonio son la do­nación mutua del hombre y de la mujer para su perfeccionamiento y

realización, así como la procreación responsable. El criterio más deci­sivo, aunque no único, para enjuiciar el comportamiento sexual, ha de buscarse en su calidad para ser signo de amor. Este criterio también es válido en lo que respecta a los conflictos entre sus propios fines.

El matrimonio no es el único estado de vida en el que el hombre y la mujer encauzan su sexualidad y se realizan en el amor.

Algunos, por circunstancias personales o ambientales, no pueden llegar a una relación de pareja estable y constructiva, sin que por ello renuncien a esa posibilidad. Esta soltería no tiene por qué acabar en un estado de frustración y de represión sexual, o en «solteronía» o modo de vida egoísta, sino que afirmamos que, el amor y la capacidad de ser­vicio, son cauces que también recogen su potencia sexual y afectiva.

Otros, por motivos humanitarios o altruistas, o bien por vocación de Dios, optan por permanecer célibes para una donación amplia de su amor.

Este modo singular de vivir sin el ejercicio genital de la sexualidad «por amor del Reino de los cielos», es un modo vivo de recordarnos a todos que sólo Dios es Dios, el único Absoluto del hombre. Y esta afir­mación de la trascendencia complementaria de la inmanencia de las cosas, se traduce en la vida de los que han abrazado este estado de vida, en una actitud vital positiva que puede ensanchar de manera inaudita las capacidades de amar de los miembros de la comunidad cristiana en la que insertan su servicio.

Educación para el amor

La educación para el amor debe ser progresiva, empezando desde la niñez e incluyendo, naturalmente, los conocimientos sexuales que el niño solicite y esté en condiciones de asimilar, a cargo de la familia, de la escuela y aun de las comunidades y asociaciones juveniles, de modo que al alcanzar la pubertad esté ya completa en el orden práctico de la vida. El adolescente y el joven deben aprender, además, a controlar el im­pulso sexual, de manera que su energía se encauce en el amor y en el respeto a la intimidad de las personas del otro sexo.

La selección de la pareja y la preparación vital para la función matri­monial, familiar, paternidad responsable y educación de los hijos, debe concluirse lo más tarde en la fase prematrimonial. Todo sobre la base de igualdad que la mejor realización personal, conyugal y familiar corres­ponde a la evolución humana y social de nuestro tiempo y es debida en justicia; se sintetiza en el «compartir en el amor’,’ cuidados de la casa y de los hijos, de la economía, de las relaciones abiertas y de la vida toda. Por último, la educación para el amor y caridad, núcleo del mensaje de los creyentes y seguidores de Jesús, debe ser permanente. Se matiza en un momento de la vida, en la especial preparación para la profun­didad e intimidad en la comunicación, que supone el sacramento del amor, signo de la unión del mismo Jesús con su Iglesia, con su Pueblo.